Sunday, September 21, 2008

Manos

Oscuro. Muy oscuro. Silencio. Total. Un poco de luz, apenas nada. Penumbra y sombras. Frío. De pronto, una voz empieza a escucharse desde un punto indeterminado de las tinieblas, moviéndose al tiempo que resuena. Alrededor todo son escombros y ángulos negros.

PERPETUO: ¿Dónde está? ¿Dónde? Ah… No. Ya no está. Lo había olvidado. Todo se olvida. Y sin embargo… no, aquí tampoco. (Suspiro) ¿Cuánto más durará? ¿Yo? ¿Cuánto más? Y eso que hace ya… ¿cuánto hace ya? ¡Ah! (suspiro) Tanto. Tanto tiempo. Tanta… oscuridad.

(Aparece Perpetuo, como un animal reptante. Ansioso, pero cansado. Muy cansado.)

¡Mis manos! Ah. Tenía manos. Sí. Manos. Buenas manos, sí; podían cambiarlo todo, podían fabricar cosas, destruir cosas, acariciar con suavidad y convertirse en susurros, golpear con furia y desgarrar el tiempo, calentar, calentarlo todo, calentar la piel, la piel de… de… (Suspiro) Éramos tantos. Tantas manos. (Agresivo, de pronto) Demasiadas.

¿Qué es esto? ¡Oh! ¡Oh! ¡No puede…! ¡Sí! ¡Oh! Vaya… hacía tanto tiempo, tanto tiempo, tanto… ¿Funcionará aún? A ver…

Perpetuo toca algo y se ilumina la escena, siempre una luz pobre, quizás un cenital desnudo. Luz natural, sin filtro.

PERPETUO: ¡Oh! ¡Vaya! Qué recuerdos… Luz. La luz. El calor. (Sonríe) La sonrisa. ¡Ah! Mis manos. (Pausa) Ella. Era hermosa. Creo que era hermosa. Sí. Eso recuerdo. Hermosa. Cálida, también era cálida y tierna; rozaba mi mejilla con tibios bucles mientras me abrazaba. Reía. Sí. Eso recuerdo. Producía un bonito sonido, un sonido muy bonito, muy cantarín. Dulce. Muy dulce. Como… ¿qué era? (suspira) Ah. En fin… (parpadea, algo molesto por la luz. Muy neutro) Peiné sus bucles y empezaron a rozarme los ojos, su calor a pegarse en mi piel y su risa a chirriar incesante en mis oídos. Ella… ¿Era ella? Sí. Supongo que era ella. ¿Quién si no?

Apaga la luz. Pausa.

Otra vez

Vuelve a encenderse la luz, pero ahora tiene un filtro azul.

¡Ah! Te recuerdo… Recuerdo… Recuerdo el mar. El aire. Respirar. El sonido. Sentado en la orilla, podías escuchar cómo la espuma jugaba a enredarse entre las piedras; las risas de las gaviotas intentaban arrancar una lágrima al horizonte; el viento me contaba mentiras en voz baja… ella gritaba mi nombre a lo lejos. Ella. ¿Otra? Sí. Pero ella. Sus besos eran húmedos bajo el frío sol, pero encendían mi cuerpo como no podía hacerlo llama alguna. Nunca sabía qué pasaba detrás de sus ojos azules; reían, lloraban, suspiraban y ardían de deseo sin intervalo ni aviso; tan espontáneos como sus canciones, me hacían sentir como un feliz barquito de papel en el lugar donde se juntan las corrientes. Su voz… era… Ah. (suspira) En fin.(Parpadea, de nuevo incómodo ante la luz) Desnudé sus besos y se calcinaron bajo el frío sol, sus ojos cambiantes se cerraron, monótonos… y su voz se perdió entre la espuma de la orilla sucia. Mis manos… ¿Fueron mis manos? Ah. En fin…

Apaga la luz. Pausa.

Una vez más

Se enciende de nuevo con un filtro verde.

¡Oh! ¿Y esto? ¿Qué era esto? ¡Ah! ¡Esto! ¡Por todas partes! ¡Sí! ¡Por todas partes! Respirabas y sentías cómo los pulmones sonreían de placer, el rocío brillaba en perlas de ámbar, el olor… y el sonido… ¡Oh! El sonido era lo mejor; nunca se detenía, ni de día ni de noche, siempre, siempre. Pájaros, insectos, roedores, risas, gruñidos, gritos, jadeos… vida… Vida. Oh. En fin. (Parpadea. Incómodo) Lo comprimí todo, el aire se hizo más espeso, el rocío se llenó de escarcha y de los sonidos no quedó más que un grito exánime que destrozaba los oídos. Haciéndome llorar. Nunca me gustó llorar. Nunca. Oh. (suspira) Vaya.

Oscuro. Pausa.

Hay más

De nuevo luz, esta vez roja.

¡Ah! ¡Tú! Tú de nuevo. Cuando ya estaba todo perdido, cuando el gris se nos pegaba a la piel y se nos caía el pelo en mechones cenicientos, cuando la saliva nos juntaba los labios en una mueca eterna de asco y nuestros ojos eran dos pozos negros de dolor y miseria, te reías desde el cielo escondido tras las nubes. Tu sucia luz de farolillo barato escupiéndonos la muerte al rostro, tus pálidas llamas soplándonos carámbanos de fuego en la nuca, tu mirada derritiéndonos los ojos. ¡Qué feliz eras! ¡Por fin te quitabas la plaga de encima! ¡Por fin, hermano de la muerte! ¡Sucio fisgón! ¡Apágate! ¡Apágate! ¡Apágate!

Oscuro. Pausa. Se oye a PERPETUO sollozando

Sólo una. Con sólo una habríamos podido… sólo una… Qué pronto nos cansamos. Oh. Nunca supimos… nunca nos molestamos en entender. Pero… en fin…

Oscuro, una linterna enfocada hacia el público. Tic, tac. Uno a uno. Todos

Poco a poco, el reloj pierde su arena.

Las manos que acariciaban

hoy destrozan.

Un día supe que iba a morir.

Un día supe que había matado.

La certeza,

pálida y serena certeza,

ha bañado mi rostro con fría desesperación.

Un día cerré mis manos,

y golpeé con furia

y grité de impotencia.

Un día, apagué todas mis lámparas

y hoy

aún lloro recordando

que tuve la ocasión de ser hombre.

Friday, September 19, 2008

Hoy, cementerio

Luz tenue. En escena, cuatro tumbas a distintas alturas, muy simples y sin decoración. No se ve el interior, en un principio sólo los brazos aparecerán de dentro de cada tumba, cuando sea preciso. Deberán ser brazos blancos y traslúcidos.


BICO: (Trata de llamar la atención de la tumba vecina) ¡Tsssss! ¡Eh! ¡Tsssss! ¡Teco! ¡Teco! (Teco contesta con un gruñido) Teco, tengo frío. (Silencio) ¿Me oyes? ¡Teco! ¡Teco, que tengo…!

TECO: ¿Te vas a callar de una cochina vez? ¡Todas las noches igual!

BICO: Es que…

TECO: ¡Nada! Mancillas el noble arte de yacer con tus impertinencias.

BICO: Es que…

(Pausa)

TECO: (Irritado) ¿Qué?

BICO: Que...

(Pausa)

TECO: (más irritado aún, e intrigado a su pesar) ¿Qué?

BICO: (algo avergonzado) Que me aburro.

(Pausa)

BICO: Teco… Teco… ¿No me has oído? He dicho que…

TECO: Sí, te he oído perfectamente: “te aburres”. ¿Pero qué es lo que quieres? ¡Diantre, estamos muertos, Bico! ¡Estamos en un cementerio! No se supone que te lo tengas que estar pasando bien. No es un sitio divertido, ni mucho menos. Es solemne. Y bonito. Bonito y solemne.

BICO: (refunfuñando) Una mierda es lo que es.

TECO: (estallando, de golpe) Pero ¿tú quién te crees que eres? ¡Siempre tienes que estar dando la nota! ¿no? ¡Te crees superior a nosotros! ¿no? ¡Pues… pues…! ¡Pues te jodes! No haberte suicidado.

BICO: ¡No me suicidé, para que lo sepas!

TECO: ¿Ah, no? No es eso lo que se cuenta por ahí.

BICO: Pues no, no me suicidé. Fue un… un lamentable accidente doméstico.

TECO: (irónico) ¿Tostando pan mientras te bañabas?

BICO: Yo… ¡pues sí! ¿Qué pasa? Cada uno hace tostadas donde le sale de las narices.

TECO: Claro, claro.

BICO: A mí nunca me daba tiempo a ducharme y desayunar.

TECO: Por supuesto.

BICO: Mi baño no tenía toma de tierra.

TECO: Lamentable.

BICO: La bandeja estaba un poco rota.

TECO: Típico.

BICO: ¡Y me había despedido ese hijo de puta cabrón! ¡Y nada tenía sentido! ¡Y ella no dejaba de reírse siempre que me desnudaba! Te compras todos los cacharros de alargamiento que encuentras y ¡nada! Te deslomas trabajando toda tu vida en una mierda de trabajo que nunca te ha gustado y ¡nada! ¡Nada de nada! Nadie te mira, nadie te escucha, eres como una sombra en medio de otras sombras, no hay sonrisas para ti salvo en los anuncios, sientes un peso en la nuca que te va encorvando cada vez más y tu mundo se reduce a las colillas del suelo… Cada… cada día se convierte en un calco del anterior; el tiempo deja de existir, se convierte en una condena diaria: el despertador, el autobús, las caras, la mesa, el cajón, los impresos, las caras, el autobús, las caras, las caras, el microondas, la tele… Y luego… ¡Y luego esto! ¡Y ahora ni siquiera puedo hacerme unas putas tostadas! ¿Entiendes? ¡Quiero…! ¡Quiero hacerme otra vez unas tostadas! ¿Te enteras? ¡Quiero tostadas! … Tostadas (llora desconsoladamente).

DANA: Ya está, ya lo has conseguido.

TECO: ¡Déjame en paz!

DANA: Eres un cabrón, no tienes ningún derecho a tratar así a la gente.

TECO: ¡No somos gente! ¡Estamos muertos! ¿Lo recuerdas?

DANA: A veces consigo olvidarlo…

(Pausa larga, sólo se oyen los sollozos de Bico)

TONÍN: (Muy alegre) Yo tenía una tostadora.

(Se superponen los comentarios)

DANA: ¡Joder!

TECO: ¡Mierda, Tonín!

BICO: ¡Tonín! ¡Tío! Ya nos has jodido el clima.

TECO: Y esta vez había quedado de muerte.

DANA: (Se ríe) ¡Esa sí que es buena, Teco!

BICO: Y tú no empieces, Dana.

DANA: Lo siento, Bico, pero es que ha dicho…

BICO: Sí, ya lo he oído.

TECO: Oye, que yo sólo…

BICO: Tú te callas. Callaos todos. A callar.

TONÍN: ¿Yo también?

BICO: Sobre todo tú.

(Pausa)

DANA: Pues a mí me parece que ha sido muy gracioso.

(Pausa)

DANA: (Se ríe) …de muerte. (Risas contenidas de Teco y Bico) Yo es que… es que… (muy agudo, en medio del ataque de risa) ¡Es que me descompongo!

(Los tres estallan en carcajadas incontenibles)

TECO: ¡Esa ha sido genial!

BICO: Joder, casi me desmembro.

TECO: ¡Artista!

BICO: ¡Guapa!

TECO: ¡Divina!

BICO: ¡Alternativa!

DANA: Bueno… bueno… dejad de echarme flores (nuevo ataque de risa, junto con Bico).

BICO: ¡Cómo te pasas, Dana!

TECO: (cuando remite un poco el escándalo) Eso no ha tenido gracia.

DANA: ¿Que no?

TECO: ¡No! Hace dos años que nadie se acuerda de traerme flores.

BICO: Vaya, Teco… lo siento, yo…

DANA: Teco, tío… entiendo que…

TECO: ¡Cállate! ¡Tú no entiendes nada! Mi vida ha sido siempre puro altruismo, no he vivido nada para mí, todo para los demás. Mi trabajo, las horas de voluntariado en el asilo, mi mujer… ¡incluso me casé con ella porque nadie más quería! ¡Joder, me daba pena la tía insoportable esa! Y luego estaba la familia, y la casa del campo. ¿Quién levantó ese edificio desde sus cimientos? ¡Yo! ¿Quién cuidaba el jardín? ¡Yo! ¿Quién entretenía a los putos enanos con las historias de la mili? ¡Yo, joder, yo! Yo fui el pilar de esa familia, la viga maestra, el puntal de carga… ¡Cuántos regalitos cuando me puse enfermo! “Tío, tío, mira el dibujo que te hice para que te cures”, “ánimo, cuñado, que esto se pasa rápido”, “unas revistitas para que te entretengas”… y luego, cuando vieron que era para largo dejaron de venir; era demasiado pesado, demasiado duro, demasiado deprimente… y cuando por fin la palmé lloraron todos como descosidos, desgarrándose el pecho en llanto, clamando al cielo por su injusticia, desmayándose de angustia. Luego nada. Esta sucia lápida. Vacía. Triste. Fría… Sola.

(Pausa larga, sólo interrumpida por un ocasional sollozo, suspiro o similar)

TONÍN: Me estoy meando.

DANA: ¡Mierda! (Se levanta y saca a Tonín a mear a un rincón)

TECO: ¡Aaaaaarg! ¡Joooder!

BICO: ¡Dana, tía!

DANA: ¡Lo siento!

TECO: ¡Mira que te lo dijimos!

DANA: Joder, vale, no tenía con quién dejarle.

BICO: ¡Siempre lo estropea todo!

DANA: Vale, lo siento, en cuanto termine vuelvo y seguimos.

TECO: No, ya no. (Se levanta de la tumba) Ya no tengo ganas, se ha roto el clima.

BICO: Yo también me voy (Se levanta también).

DANA: Joder… venga ya, tíos…

TECO: ¡Que no! Que me voy.

DANA: ¡No es justo! ¡A mí todavía no me ha tocado!

BICO: Te jodes, no haberlo traído.

DANA: Pero…

TECO: Oye, Dana, en serio, ya no hay clima. Lo dejamos para otro día.

BICO: Sí. Y no te preocupes, la próxima te dejamos empezar a ti.

DANA: Bico…

TECO: Venga, que sí. Y puedes hacer el del ama de casa electrocutada.

BICO: O el de la ejecutiva psicópata.

TECO: ¡Sí! Ese es genial…

DANA: Ese hace tiempo que no lo hago.

BICO: Pues lo bordas, ¿verdad Teco?

TECO: ¡Y tanto!

DANA: Bueno… vale.

TECO: Pues eso, nos llamamos.

BICO: Hasta luego.

DANA: Adiós chicos. Y perdón.

BICO: Nada.

TECO: Da igual, ha estado bien. Chau.

DANA: Adiós. (Salen Teco y Bico) Venga, Tonín.

TONÍN: ¿Nos vamos a casa?

DANA: Sí, pesao. Que siempre me fastidias.

TONÍN: Vale. Oye, ¿y podemos hacer lo de la cárcel en el desván?

DANA: Otro día, que no estoy de humor.

TONÍN: Me gusta la cárcel.

DANA: ¡Otro día!

(Van saliendo, voces en off)

TONÍN: Joooo, Dana.

DANA: ¡Vale! Pero con cuerdas.

TONÍN: Bueno. Con cuerdas también mola.

DANA: …lo que hay que aguantar.

OSCURO

La Jaula de cartón

Oscuro. Poco a poco va iluminándose la escena y percibimos una figura blanca justo en el centro, una especie de cabina de teléfonos, con paredes sólidas y una ventana que da al público. No hay nada más. Se oye desde el interior el traqueteo de una máquina de escribir. Se detiene el sonido.

VOZ DEL SEÑOR (Desde el interior de la cabina. Aún no vemos a nadie): ¡Alicia! ¡Alicia! (cantarín) ¡Aliiiiiiiicia! ¡Aliiiiiiiiiiicia!

VOZ DE ALICIA (entre cajas): ¿Me llama el señor?

VOZ DEL SEÑOR: O bien te llamo, o estoy componiendo una nueva ópera. ¿Qué opinas tú?

VOZ DE ALICIA: Que espero que me esté llamando, si es una ópera, no es muy buena.

VOZ DEL SEÑOR: Como de costumbre, me inclino ante tu agudeza, querida Alicia. (sin perder la amabilidad) ¿Quieres venir, no obstante, de una puta vez?

VOZ DE ALICIA: ¿No puede esperar? ¿A los anuncios?

VOZ DEL SEÑOR: No, no puedo.

VOZ DE ALICIA: Vale, ahora mismo voy.

(Aparece Alicia, entra en escena sólo un poco, sin acercarse a la cabina)

ALICIA: ¿Necesita algo?

VOZ DEL SEÑOR: ¿Algo nuevo en las noticias?

ALICIA: No sé… ¿Qué sería nuevo?

VOZ DEL SEÑOR: ¿Sube la bolsa? ¿Baja el petróleo? ¿Alguien que se salva milagrosamente de una muerte segura? ¿Alguien que muere milagrosamente contra todo pronóstico? ¡Algo nuevo!

ALICIA: Bueno… la bolsa baja, el petróleo ha subido un poco…

VOZ DEL SEÑOR: No me interesa.

ALICIA: … pero… hubo un atentado.

VOZ DEL SEÑOR: ¿Y cuándo no?

ALICIA: Ya, pero este es… (marcando la palabra) diferente.

SEÑOR (se levanta, mostrando su perfil por el ventanuco, ávido): ¿Diferente?

ALICIA: Sí. Eso creo.

SEÑOR: ¿Crees o estás segura?

ALICIA: No sé, yo no entiendo de esas cosas, pero si no quiere que se lo cuente…

SEÑOR: ¡No! Cuenta, por favor, Alicia. Sorpréndeme.

ALICIA: Pues… ha sido en Pakistán. Un suicida, con un explosivo.

SEÑOR: ¿Y?

ALICIA: Ha entrado en una escuela de musulmanes, donde enseñan el Corán.

SEÑOR: En una madrasa.

ALICIA: Sí, eso. Han muerto quince niños y dos maestros. Los heridos…

SEÑOR: Abrevia. ¿Dónde está la diferencia?

ALICIA: Los heridos…

SEÑOR: ¡La diferencia, Alicia! No me hables de heridos, no me hables de muertos. Quiero una diferencia, un matiz… ¡algo! Esta noticia te ha llamado la atención ¿verdad? Tiene algo nuevo ¿no? ¡Pues dime ya qué es, joder! No quiero escucharte hablando de muertos y heridos, ¡estoy harto de escuchar cifras! ¡Cifras, cifras, cifras…! ¡Venga!

ALICIA (se acerca un paso): ¡Un americano!

SEÑOR: ¿Qué?

ALICIA: El suicida. Al parecer era un estudiante americano.

SEÑOR: Muy bien. Detalles.

ALICIA: ¿Es una diferencia, señor?

SEÑOR: Detalles, Alicia, dame detalles.

ALICIA: Bien, aparte de los diecisiete muertos, hay venti…

SEÑOR: ¡Te he dicho detalles, no cifras!

ALICIA: Pero, señor…

SEÑOR: Sabes muy bien lo que quiero oír, así que no te andes con juegos. Ahora no. No con esto. Continúa.

ALICIA: Se suponía que era un estudiante de filosofía de la universidad de Yale, que iba a hacer un estudio sobre el Corán, (se acerca más) pero allí empezó a cantar el himno americano y luego…

SEÑOR: ¿Luego…?

ALICIA:(sigue acercándose) luego pronunció un discurso, enloquecido, ojo por ojo y todas esas cosas y… estalló. Las cámaras de vigilancia lo grabaron todo. (pausa) ¿Señor? (junto a la cabina, tocándola) ¿Lo he hecho bien?

SEÑOR: El círculo se cierra.

ALICIA: ¿Perdón?

SEÑOR: Se cierra ¿no te das cuenta? El círculo se cierra, ya ha empezado: nadie está a salvo, nunca más.

ALICIA: Era un loco, ya sabe…

SEÑOR: No, este no era un loco, al menos no un loco corriente. Era un loco con una filosofía, con un objetivo, con un ideal… a eso no se le llama locura, se le llama “iluminación”. ¿Y cómo pudo entrar? ¿Dónde consiguió los explosivos? Hay una organización detrás, una organización sólida ¿no te das cuenta? El terror por el terror, las religiones, la política… ya todo da igual, sólo queda la destrucción, el miedo, la espera…

ALICIA: (Acariciando la cabina) Tranquilo, señor, todo eso está muy lejos.

SEÑOR: ¿Lejos? ¡¿Lejos?! Nada está lejos, todo está aquí (señalando su cabeza), aquí mismo ¿no te das cuenta? No hace falta que nos peguen un tiro, que nos trituren los huesos, que nos incineren con plutonio, nos están matando desde dentro, desde dentro, Alicia, estamos encerrados, atrapados, sellados dentro de nuestras cabezas.

ALICIA: ¿Quiere hablar de encierros el señor?

SEÑOR: (Excitado) ¡Sí! Sí, quiero hablar de encierros, porque yo he visto la verdad, y tú lo sabes, he visto cómo nuestras orejas son cerraduras que se cierran con palabras, he visto cómo los párpados se cierran con el peso de las cifras para no ver nada más, he visto cómo la lengua se hincha de mentiras y nos cierra la boca, he visto el final y no quiero estar ahí fuera mientras ocurre.

ALICIA: Pero, cuando llegue el final, esta pequeña caja no le va a salvar. No es anti-balas… es de carton, señor. (Con intención, metiendo un dedo en la pared de la caja) El cartón se rompe.

SEÑOR: Alicia…

ALICIA: El cartón no detiene nada: no detiene una bala, no detiene un dedo, no detiene una mano…

SEÑOR: ¿Qué haces? No…

ALICIA: … y el final puede llegar hasta usted, puede tocarle igual que le tocan mis dedos… (el Señor gime, estático, mientras Alicia explora bajo sus pantalones) ¿Y usted no quiere que le toque? ¿No quiere que llegue el final? El final tan dulce, tan placentero… Toda esa tensión… tanta tensión… ¿no quiere aliviarla, señor?

SEÑOR: Sí…

ALICIA: Pues alíviela (saca la mano, baja sus bragas y se sube la falda, apoyándose de espaldas contra el agujero), no espere usted al final porque el final está aquí mismo, esperándolo a usted. ¿A qué espera?

El señor, encendido, penetra a Alicia a través del agujero; la embiste unas cuantas veces, haciendo temblar la caja, gimiendo y haciendo gemir. No dura mucho, ambos están muy excitados y el orgasmo es intenso, súbito y mutuo. Se quedan un rato inmóviles, jadeando, recuperando el aliento. Al poco, Alicia se retira y recompone su ropa. El señor apoya la cabeza contra el cristal de la caja. Pausa. Ninguno habla por un rato.

ALICIA: Carlos…

CARLOS: Dime.

ALICIA: ¿Cuándo vas a acabar con esto?

CARLOS: Nunca, ya lo sabes. (Pausa, Alicia no dice nada) ¿Quieres irte? (Alicia niega con la cabeza, pero Carlos no puede verlo) ¿Quieres irte, Alicia?

ALICIA: No, no.

CARLOS: ¿Entonces? Ya sabías desde el principio de qué iba esto, tú lo aceptaste…

ALICIA: Lo sé.

CARLOS: Te lo he explicado cientos de veces y…

ALICIA: ¡Lo sé! Lo sé, pero es difícil, aunque me lo expliques mil, diez mil, un millón de veces. A veces… no sé, a veces siento deseos de echar gasolina y quemarte dentro de esa puta caja y a veces pienso que me gustaría estar ahí dentro, contigo.

CARLOS: ¡No! ¡No puedes…!

ALICIA: ¡Lo sé, lo sé! Tendría que venir alguien más a cuidarnos a los dos, y luego habría más gente y… lo sé, Carlos… Perdona, no tendría que haber sacado el tema.

CARLOS: ¿Estás enfadada?

ALICIA: (Mintiendo) No. Bueno, te dejaré tranquilo un rato. ¿Necesitas algo?

CARLOS: No, por ahora nada… aún tengo bastantes folios, pero te llamaré en un rato para que me traigas el orinal.

ALCIA: El orinal. ¿No lo quieres ahora?

CARLOS: No, no… dentro de un rato, ya te llamo.

ALICIA: Vale. (Empieza a caminar)

CARLOS: ¡Alicia!

ALICIA: ¿Qué?

CARLOS: La noticia, ¡estupenda!

ALICIA: ¿Te ha gustado?

CARLOS: ¿Bromeas? Es genial, es de las mejores que te has inventado… ¿Viste todo lo que saqué a partir de ahí? Y la forma de llegar al encierro, y al final… el final que entra en la caja… Eres asombrosa.

ALICIA: Carlos… si llega un final sabes que esa caja no te librará de nada, lo sabes.

CARLOS: Mi querida Alicia, ya te lo he explicado, eso no me importa nada. La caja es un símbolo de libertad. Cuando llegue el final… llegará, pero al menos viviré feliz mientras no llegue. Estar aquí, aislado de toda la manipulación, de todo el miedo que nos meten, feliz en mi pecera. Ignorante. La ignorancia es felicidad, Alicia, siento que tú no puedas compartirla; siento que las noticias que tú escuchas no sean felices invenciones.

ALICIA: ¿Y cómo sabes que lo que yo oigo no se lo ha inventado también alguien, eh? ¡Tanto hablar de la manipulación! ¿No se supone que lo que me dicen en las noticias es mentira también? ¿Eh? ¿Cuál es la diferencia entonces? ¿me lo quieres explicar?

CARLOS: Tú sabes que algunas noticias son verdaderas, a pesar de todo… lo horrible es no saber cuáles… la incertidumbre, el terror de la incertidumbre. Tú no puedes entenderlo, pero tus noticias son una liberación, no tienen incertidumbre ¿lo entiendes? Es un cuento que yo juego a creerme, es un…

ALICIA: (le corta) ¿Y cómo sabes tú que me las invento? La de hoy podría ser perfectamente verdad; llevas dos años ahí metido y…

CARLOS: ¡No digas eso! ¡Cállate, zorra! ¡No te atrevas ni siquiera a insinuarlo!

ALICIA: ¡Ah! Ahora te enfadas ¿eh? ¿Pues sabes lo que te digo…?

CARLOS: ¡No! ¡Calla!

ALICIA: Que la de hoy era verdad ¿te enteras? ¡Verdad!

CARLOS: ¡No!

ALICIA: Robert Fisher, Ohio, 24 años.

CARLOS: ¡No!

ALICIA: Diecisiete muertos y veintidós heridos.

CARLOS: ¡Cállate, cállate!

ALICIA: ¡Ven y hazme callar! ¡Pirado! ¡Sal de tu puta caja y haz que me calle, cobarde! ¡Sal…!

Un disparo desde el interior de la caja, vemos cómo salta parte del cartón del lateral y Alicia se desploma. Pausa. Carlos llora, grita… se desahoga, en definitiva. Cuando se calma un poco, se agacha y desaparece de nuestra vista. Se oye cómo marca números con un móvil.

CARLOS: Eduard… Sí… ¡Sí, otra vez! Tienes que buscarme a alguien… ¡Sí ya lo sé!... Para tres días, cuatro si alargo un poco… sí, agua sí… vale… vale, sí… pero hay que limpiar… sí, vale. Gracias, Eduard… muchas… sí, va muy bien, ya casi tengo la segunda parte terminada… sí… ¡Ah, por cierto! Sólo… sólo una cosa, ¿ha habido hoy un atentado en Pakistán?... ¡Sí, ya sé, pero esto necesito saberlo!... Vale, ¿estás seguro?... Sí… sí, sí, muchas gracias, hasta esta noche. Adiós.

Oscuro. Carlos grita. Disparo.