Friday, August 11, 2006

Ya no te quiero

Dos personas: un hombre y una mujer. El hombre está sentado y tiene un periódico o un libro abierto, que está leyendo pausadamente. La mujer se encuentra de pie, detrás del hombre; se ve triste y lucha consigo misma, dándose valor para poder expresar sus sentimientos. Finalmente se decide.

ELLA: (Voz apagada) Ya no te quiero
ÉL: ¿Cómo dices?
ELLA: Que ya no te quiero.
ÉL: ¿Estás realmente segura de eso?
ELLA: ¡Claro! Si no, no te lo diría.
ÉL: No estás hablando en serio.
ELLA: Nunca he hablado más en serio.
ÉL: Pues el caso es que yo no te creo, necesito alguna prueba. No puedes estar tan segura
ELLA: ¿Prueba? ¡¿Qué prueba?!
ÉL: No sé… algo. ¿Por qué dices que ya no me quieres?
ELLA: (Rápido) Ya no siento ansiedad por verte cada día.
ÉL: ¡Toma! Ni yo; pero eso es natural después de cuatro años. Lo contrario sería muy raro.
ELLA: Ya bueno, pero… es que nunca pienso en ti cuando estás lejos.
ÉL: ¿Y te crees que yo sí? Oye, ya no somos los críos que éramos antes. Nuestra relación cambia, evoluciona… ahora no necesitamos estar pensando el uno en el otro cada minuto.
ELLA: (Confundida) Si… eso es cierto… pero… (De pronto) ¡Ya lo tengo, ya lo tengo! (Se acerca a ÉL, coge su mano y se la pasa por el rostro, acariciándose lentamente) ¿Ves? Hace tiempo que, cuando nos tocamos, no siento nada… es como tocar un mueble, me deja indiferente.
ÉL: ¡Pero es que a mí me pasa lo mismo! ¿No te das cuenta de que todas esas cosas son fruto de tantos años? Lo nuestro ha llegado a otro nivel, un nivel mucho más… (reflexionando) independiente.

ELLA: (Histérica, mirando hacia otro lado) ¡Tus ojos!
ÉL: ¿Cómo dices?
ELLA: Tus ojos no me atrapan como lo hacían al principio, ya no siento caer en un torbellino cada vez que me miras, ya no se me vacía el alma cuando te siento observándome… (le mira) ya no.
ÉL: ¡Vaya tontería! A mí eso no me ha pasado nunca. Me parece incluso positivo que haya desaparecido semejante efecto, de lo contrario sería un verdadero caos. No podría mirarte sin sentirme culpable. ¿No se te ocurre algo con más sentido?
ELLA: ¿Sentido? ¡Sentido! Sentido es lo que perdía cuando te miraba pasar a lo lejos, sentido es lo que me arrebataban tus palabras, sentido es lo que desaparecía cuando toda mi vida giraba a tu alrededor. (Despectiva) Sentido... Sentido es lo que he recobrado después de tanto tiempo y que, para tener espacio, ha hecho que desaparezcas de mi corazón.
ÉL: (Se queda alucinado, mirando al frente un buen rato sin decir palabra) Esto… ¿seguro que no has tomado nada? (Ella hace amago de irse, él la retiene con la palabra) Espera, no quería que sonara así pero estás sacando las cosas de quicio. ¿Es posible que no te des cuenta, de que hemos pasado a tener una relación seria? Y con tanto tiempo que nos ha costado… ¿No ves que esas cursiladas se han quedado atrás? Nuestros sentimientos han madurado con nosotros y no necesitan de tantos artilugios románticos para florecer. El aburrimiento cotidiano, la rutina en la cama, las conversaciones superficiales… todo eso que no aprecias es la evolución natural de nuestro mutuo amor ¡Sí, amor! Hoy en día la gente no va por ahí escribiéndose poemas y cantando serenatas bajo los balcones. ¿Y eso significa que no haya amor? ¡No! Lo que sucede es que el mundo progresa, y nosotros con él. Los sentimientos deben racionalizarse para que arraiguen en el alma y no dejarse fluir a lo loco, libre y desordenadamente. El nuevo milenio requiere un nuevo amor ¿No lo ves?
ELLA: No, no quiero creer que el amor se haya convertido en un producto más de esos que venden en los supermercados. Necesito amar con todo mi ser, no con mi cerebro solamente. Necesito volcarme y mezclarme con otra persona que comparta mi dicha y mis pesares, que me susurre en el oído y me acaricie sólo porque quiere hacerlo. Eso que dices es horrible y tiene que ser mentira ¿me oyes? ¡mentira! (le mira largamente, casi con lástima) Déjame enseñarte a amar. Un amor de verdad, del que se siente con el corazón y no con el cerebro. Un amor sin contaminar, puro y sencillo. Puedes aprender.
ÉL: Lo que dices no es... coherente.
ELLA: (Mientras, ÉL estará mirando al frente, sin mover ni un músculo, asimilando todo este parlamento de ELLA de una forma absolutamente cerebral) Estás atrapado en un mundo gris y decadente. Deja que ilumine tus sueños con los colores de la pasión. Ábrete a ti mismo y libérate de una vez por todas, siente como yo y como volverán a sentir todos los seres una vez se desprendan de la fría lógica y de la aburrida rutina. Mirar juntos un amanecer, contemplarnos sin hablar, tenernos cerca sólo por sentir el calor del otro, hacer el amor a cualquier hora, escribirnos cartas desesperadas sólo porque hace más de diez minutos que no nos vemos. Amar. Sólo eso.
ÉL: (hierático) Sólo eso.
ELLA: Sí.

(PAUSA, Ella mira su perfil taciturno y pensativo. Gradualmente, se ilumina su rostro de ternura)

ELLA: (Con todo el alma) Te quiero.
(Pequeña pausa)
ÉL: Yo no.

Wednesday, August 09, 2006

Resurrección

El desierto. Una pirámide (sólo la puerta) se ve en el fondo. Enfrente, una piscina diminuta (como para una persona tumbada) llena de un líquido marrón.
Penumbra, es de noche o está anocheciendo. Sombras.
Una burócrata, con aspecto eficiente y frío, está de pie junto a la piscina. Da órdenes a Juan, un hombre mayor vestido de cura de los de antes.

BURÓCRATA: Ponla ahí. No, más a la derecha… así. Está un poco torcida, ¿no?. Ajá. Ya está. Trae el cáctus.
CURA: ¿El de higos?
BURÓCRATA: No, nada de higos hoy.
CURA: (Refunfuñando sale por la puerta de la pirámide) Nada de higos… (Se le oye trastear de vez en cuando en el interior del templo).
BURÓCRATA: No refunfuñes, Juan. A mí tampoco me gusta esto. (Con intensidad) Es sucio. Odio lo sucio, ya lo sabes; bastante trabajo tenemos habitualmente como para estar ocupados en resolver una anomalía de imposibilidad aparente.
JUAN (En off): Sí, ya lo sé.
BURÓCRATA: Date prisa.
JUAN (En off): Ya voy, ya voy… es que estaba tapado por una mierda de… cama elástica o algo así. (Sale por la puerta arrastrando un cáctus)
BURÓCRATA: Bien, ponlo por aquí. Así está bien.
JUAN: ¿Lo traigo ya?
BURÓCRATA: Espera que revise la instalación. (Se gira y abarca el espacio escénico con la mirada, comprobando. Suspira) Muy bien, ve a por él.
JUAN: De todas formas esto es estúpido. Sabes que nunca conseguirá aprender.
BURÓCRATA: Claro que lo sé. No hay claves, todo es confuso, no hay patrones ni lógica… pero es el procedimiento.
JUAN: Pero esto…
BURÓCRATA: (Cortante) Supongo que no estarás poniendo en duda el procedimiento.
JUAN: ¡Pues claro que lo pongo en duda! Y a ti te gusta tan poco como a mí.
BURÓCRATA: No me gusta nada esa actitud, Juan. Mantengamos al menos las apariencias. Además, el procedimiento es una forma perfecta de retrasar el fracaso.
JUAN: ¡Claro! Es un proceso infinito.
BURÓCRATA: (Sonríe sin humor) ¿Desde cuándo te preocupa el infinito? En fin… cuanto antes empecemos…
JUAN: Sí, sí. Ya lo traigo. (Sale por la puerta de la pirámide)
BURÓCRATA: (Mirando la piscina) Odio esto. (Pausa) Lo odio.

Aparece Juan llevando en brazos una figura dormida. Es Lázaro, un joven vestido de monaguillo. Lo deposita en la arena con cierta ternura y se retira un poco. La burócrata se coloca en el interior de la puerta, con el rostro en penumbra.

BURÓCRATA: ¿Todo listo?
JUAN: (Con los ojos cerrados y una intensa mueca de concentración) Todo.
BURÓCRATA: Bien. Empecemos…
JUAN: ¡Despierta, Lázaro! (Da una palmada y Lázaro se despierta de golpe, con los ojos totalmente abiertos, sin tránsito desde el sueño a la vigilia. Una luz intensa y fría le ilumina el rostro)
LÁZARO: ¡Ah!
JUAN: Mira a tu alrededor, Lázaro.
LÁZARO: ¿Dónde estoy?
JUAN: En tu interior… todo es desierto en tu interior, ya lo sabes…
LÁZARO: Desierto…
JUAN: (Muy solemne y autoritario) Responde ahora, Lázaro, y no equivoques la respuesta… mira qué grande, qué inmensa, qué absoluta, ¡qué limpia!
LÁZARO: Sí, pero… ¿el qué?
JUAN: ¡Responde!
LÁZARO: ¿A qué? ¿Cuál es la pregunta?
JUAN: ¡La palmera, hijo, la palmera!
LÁZARO: (Terriblemente asustado) La palmera, sí, es cierto, la palmera es grande, la palmera es absoluta, limpia…
JUAN: ¡No!
LÁZARO: ¿No?
JUAN: (Zarandeando a Lázaro de los hombros) ¡No, no! ¡Nunca! ¡No!
LÁZARO: Pero tú dijiste…
JUAN: ¡Herejía! ¿Dije? ¡Dije!
LÁZARO: Sí, dijiste que…
JUAN: ¡Vives en e pasado! ¡Imbécil! La cuestión no es esa, nunca ha sido esa y lo sabes muy bien. Así no ha funcionado ¡nunca!.
LÁZARO: Pero…
JUAN: (Más amable) La cuestión es, hijo, la cuestión es… ¿qué diría yo ahora?
LÁZARO: ¿Ahora mismo?
JUAN: Sí, ahora mismo.
LÁZARO: Pues…
JUAN: ¡Ya!
LÁZARO: Eh…
JUAN: ¡No pienses!
LÁZARO: Pues…
JUAN: ¡Busca en tu interior!
LÁZARO: Yo…
JUAN: ¡Ahora!
LÁZARO: ¡¡Cáctus!!
(Pequeña pausa)
JUAN: ¡¿Qué?!
LÁZARO: Cáctus. Cáctus ardiente, frío, sensible… (se acerca al cáctus y lo acaricia) qué tierno, qué suave, qué duro, qué limpio…
JUAN: ¿Limpio?
LÁZARO: Completamente. Impecable. Del todo.
(Pausa)
JUAN: (Abatido) Me decepcionas.
LÁZARO: (Idem) Como siempre.
JUAN: Como siempre. (Pausa) (Despectivo) Podrías haber dicho cualquier otra cosa… ¡cielos!... un cáctus nada menos… ninguna vergüenza… ninguna… (con asco) cáctus.
LÁZARO: Pero es que aquí no hay más que…
JUAN: ¡No me hables de lo que hay o no hay!
LÁZARO: Pero esto es…
BURÓCRATA: (Interrumpiendo, mientras sale de la penumbra) ¡Suficiente! Yo seguiré ahora.
JUAN: (Asombrado) ¿Tú? ¡Pero tú no…! No debes…
BURÓCRATA: No se te ocurra cuestionar mi autoridad, Juan. Estoy harta de esperar y harta de tu incompetencia. Apártate. A ver, Lázaro… ¿qué ha sido esta vez?
LÁZARO: No sé.
BURÓCRATA: Lázaro…
LÁZARO: ¡En serio! Ese es el problema, que no sé.
JUAN: ¡Es imposible enseñarle, ya lo verás! De todas formas, es superior a mis fuerzas. Estoy cansado y no avanzamos nada.
BURÓCRATA: Eso déjame juzgarlo a mí.
JUAN: Como quieras, pero sigo diciendo que perdemos el tiempo.
BURÓCRATA: De acuerdo, observación registrada. A ver, Lázaro.
LÁZARO: ¿Sí?
BURÓCRATA: Otra vez.
LÁZARO: (Abatido) Otra vez.
BURÓCRATA: Tienes que fijarte bien, Lázaro… (solemne) Admira su forma, su sabor, qué textura de aluminio orgánico… ¡las cifras, Lázaro, las cifras! ¡La limpieza!
LÁZARO: (Mirando a la palmera, absorto) Limpieza…
BURÓCRATA: ¿Dónde estás mirando?
LÁZARO: Pues… a… a la palmera…
JUAN: ¡Herejía! ¡Herejía! ¡Nunca, no, nunca! ¡no la palmera, por Dios, nunca, nunca! ¡No!
BURÓCRATA: ¡Ya es suficiente, Juan! ¡Retírate!
JUAN: ¿Pero has oido…?
BURÓCRATA: Lo haré a mi manera. ¿Entiendes? ¡Largo!
JUAN: Pero las otras…
BURÓCRATA: ¡No me hables de las otras! ¡Vete ya!
JUAN: (Sale, murmurando) Herejes… Palmera…
BURÓCRATA: (Cierra los ojos, suspira, los vuelve a abrir) A ver, Lázaro.
LÁZARO: (Estallando) ¡Déjame! Ya lo sé, nunca aprenderé, nunca podré volver a la vida, siempre aquí, siempre, la palmera, el cáctus, la luciérnaga, el gusano, la sombra… ¡Déjame! ¡Dejadme todos! No quiero seguir intentándolo.
BURÓCRATA: No tienes elección y lo sabes. No quieres seguir, pero lo harás, vaya si lo harás. Te empeñas en llevar la contraria porque te asusta saber que eres una anomalía… pero aprenderás, Lázaro. Tu fracaso no está contemplado.
LÁZARO: ¡Pero es imposible!
BURÓCRATA: Sí, eso es cierto.
LÁZARO: ¿Qué?
BURÓCRATA: Es imposible. Imposible, absurdo e inútil.
LÁZARO: (Alucinado) Pero, entonces… entonces yo…
BURÓCRATA: Seamos realistas, Lázaro. Tú estás muerto y eso no hay forma de volverlo atrás. Estás archivado de forma definitiva en un expediente sellado y limpio. ¡Limpio, Lázaro! ¿Lo entiendes? ¡Limpio!
LÁZARO: ¿Limpio?
BURÓCRATA: ¡Sí, Limpio! Y, de pronto, una orden extraoficial, una sucia solicitud sellada que se salta todos los controles y te pretende mandar de nuevo a la vida. ¡Nos vuelve locos, Lázaro! Pero es una solicitud que no puede ser destruida ni ignorada, una sucia pesadilla que nos altera los balances, los archivos, las cifras, la limpieza… Tiene que conseguirse lo imposible, así que debes resucitar. (Le coge la cabeza y le hace mirar la piscina) Esto de aquí representa tu expediente. Debes atravesar toda esta suciedad y llegar limpio al otro lado.
LÁZARO: ¡Pues déjame entrar de una vez!
BURÓCRATA: (Lo detiene, agresiva) De ninguna manera. No se puede ignorar el trámite, su perfección, su inevitabilidad, su limpieza… Para entrar deberás hacer lo imposible, entender lo impensable ¡y lo harás! Concéntrate de una vez ¿quieres? ¡Concéntrate!
LÁZARO: Ya no sé lo que quiero.
BURÓCRATA: Eso me da igual. Yo tengo un procedimiento que seguir y lo seguiré, entres o no. Podemos seguir así eternamente, aquí no hay tiempo, Lázaro, pero debes intentarlo o se romperá la cadena.
LÁZARO: ¿Y si me niego?
BURÓCRATA: No está contemplado. Bien, vamos allá de nuevo, fíjate bien esta vez, disfruta de sus matices, el tamaño… ¿lo ves, Lázaro? La perfección de su movimiento, el ritmo de su figura, el olor… ¡La limpieza!
LÁZARO: No, no sé.
BURÓCRATA: ¡Desde luego que no! Es maravilloso, su extensión, su proyección metafísica, su delirio…
LÁZARO: (De pronto, muy sereno) Lo veo…
BURÓCRATA: (Sin hacer caso) … la forma en que se desliza por tus sentidos, su tibieza, el susurro de sus ondulaciones…
LÁZARO / BURÓCRATA: … la dulzura de su color…
BURÓCRATA: (Asustada) ¿¡Cómo!?
LÁZARO: … el suave parpadeo de su intervalo, la luz, su sombra, su inevitable progresión…
BURÓCRATA: ¿Qué haces? ¡Para!
LÁZARO: … su perfecta sincronía, la progresión de sus armónicos…
BURÓCRATA: ¿Cómo haces eso? ¿Cómo…? ¡Es imposible!
LÁZARO: Leo tu mente.
BURÓCRATA: ¡No! ¡Esa no es la forma!
LÁZARO: Tu procedimiento ha fallado. Conozco la respuesta, pero tú no has hecho la pregunta.
BURÓCRATA: Esto no puede estar sucediendo.
LÁZARO: Estás sucia.
BURÓCRATA: ¡No!
LÁZARO: Sucia, equivocada, tachada, emborronada, traspapelada…
BURÓCRATA: ¡Cállate! Quiero salir de aquí, yo no merezco este castigo, no es justo…
LÁZARO: Ahora empiezas a ver claro.
BURÓCRATA: ¿Quién eres tú?
LÁZARO: Tú guía. Debes volver.
BURÓCRATA: ¿Yo? Pero…
LÁZARO: ¡Calla! ¿No quieres salir de aquí?
BURÓCRATA: Sí, pero…
LÁZARO: ¡Pues entra, entonces!
BURÓCRATA: ¿Dónde?
LÁZARO: ¡En la piscina, zorra estirada! Sumérgete hasta lo más profundo de esta piscina de mierda y ahógate entre tus sucias lágrimas! (La Burócrata va entrando, como en trance) ¡Entra y olvídate de tu nombre! ¡Entra y deja atrás tu cuerpo impecable! Inunda tus oídos con la mierda y pudre tu mirada entre las heces. ¡Devora la fetidez! ¡Vuelve! ¡Regresa! (La burócrata desaparece dentro de la piscina)
(Pausa, Lázaro se sienta al borde de la piscina y cierra los ojos, agotado. Al poco, Juan sale de la pirámide caminando con cansancio)

JUAN: ¿Ya lo has hecho?
LÁZARO: Sí.
JUAN: (Abatido) Otra vez…
LÁZARO: Sí. Ésta ha sido difícil.
JUAN: No te entiendo, Lázaro. Conoces la respuesta, sólo tienes que decir una palabra y volverás a la vida.
LÁZARO: No quiero volver.
JUAN: Pero…
LÁZARO: (Mirando a la piscina) Me dan mucha lástima. ¿Te has fijado? Mantienen el personaje más allá de la propia muerte… ¡les impregna completamente el espíritu! Es de locos.
JUAN: ¿Por qué haces esto, Lázaro?
LÁZARO: No lo sé. Quizás cuando lo averigüe, deje de hacerlo.
JUAN: Dios te oiga.
LÁZARO: ¿Dios? Ten cuidado, tú también empiezas a creerte tu propio personaje.
JUAN: Venga, salgamos de aquí.
LÁZARO: Sí. Apesta.

OSCURO Y FIN

Tuesday, August 08, 2006

Rutina (monólogo)

Una habitación cerrada, oscura, vieja pero limpia… usada.
Un sillón, con un televisor desenchufado enfrente; una lámpara de lectura y una mesita con teléfono. Ningún libro.
Aparece Luisa; viene fregando el suelo desde uno de los laterales del escenario. Arrastra el cubo con un pie con cada zona que deja limpia y se inclina un poco para ver el reflejo. A veces, repasa una zona después de la comprobación.

LUISA: (Mientras friega) Bien, Luisa. Hay que hacer bien las cosas; sentirse cansada no es excusa. No. Una pasada con la fregona bien mojada, así, frotando bien. Ahora otra pasada con la fregona bien escurridita. Sin marcas, bien seco. ¡Cuántas veces se lo tuve que explicar! Si se hacen las cosas bien, al final se tarda menos… esta Isabel… nunca ha tenido paciencia, siempre corriendo, siempre. La verdad es que no sé cómo se las arregla con la casa y el trabajo y los niños… porque ese mangurrián que tiene por marido no tiene mucha pinta de fregar platos. Pobre hija mía…

Coge el cubo y la fregona y atraviesa la escena para dejarlos al otro lado. Deja la fregona metida en el cubo y coloca con cuidado el palo, apoyado para que no se caiga. Asiente y se dirige al sillón. Se sienta con un suspiro.

Bueno, pues ya está. (Pausa) Limpio. (Pausa) Ya queda poco detergente, menos de la mitad, eso seguro. Sí. (Pausa) ¿Cuánto tiempo me durará lo que queda? Dos tapones me dan para el baño, la terraza, luego cambio el agua, dos tapones y la cocina. Eso los martes, los jueves, el domingo… hoy es martes. Veintitrés de marzo. Casi primavera (sonríe). Quedarán, no sé… ¿diez tapones? Sí, puede. Diez tapones. Quizás hasta el viernes ¿un día más? ¡Bah! de todas formas mañana compro otro bote, así no me arriesgo
(pausa)
Bien.
(pausa)
Primavera… tendré que lavar las mantas. Pero aún hace frío (piensa). No, esperaré otro mes a que haga más calor. (De pronto ríe) El año pasado, Mario me… (rápido, cortante y con susto) ¡no, Luisa! el año pasado no; lo pasado, pasado está (pausa). Anoche hizo calor. Quizás… sí, quizás lleve a lavar la manta la semana que viene, si no refresca, claro… ¡Qué caray! Hay que arriesgarse, Luisa, hay que arriesgarse. El riesgo te dice que estás viva, te sostiene. Recuerda a Juana, la buena Juana, solita hasta el final… sin riesgo, sin sorpresas… Creo que esperaré a comprar ese detergente. El sábado por la mañana, sí, seguro que me dura pero así hay un riesgo. Hay un riesgo, sí. (Suspira) La buena Juana.

(pausa)
(mira el reloj)
(pausa)


La una y veinticinco (pausa). En cinco minutos a la cocina. Arroz, sí. Y pescado; un buen filete de lenguado, una ensalada y la manzana cortada en trocitos. El tomate natural, sí, como siempre. Cinco minutos (pausa). El arroz de los martes.

(pausa)
(mira el reloj)

No, aún falta un minuto (se queda mirando la hora). Ahora. Y media.
(pausa, no se mueve del sillón)

No tengo hambre. No, no tengo hambre todavía. Esperaré. Diez minutos. Puedo cocinar más deprisa. ¿Cuánto tiempo puedo ganar? Puedo (agitada y con emoción creciente)… puedo cortar el ajo en trozos más grandes, sí, y la lechuga la lavo mientras se fríe el pescado, rápido, rápido, la lechuga lavada y el pescado frito mientras cuece el arroz, sin tomate esta vez, no hay tiempo, la lechuga en el plato y el pescado y saco el arroz y lo pongo en el plato con el pescado… ¡plato único! ¡Sí! Eso es, Luisa, ¡muy bien! Hay que arriesgarse, el tiempo justo, la tensión, ni un minuto que perder, nada… y el aceite en… (de pronto, asustada y confusa) el… ¡el aceite! ¡Jesús, no he puesto aceite! Se me quemará el pescado, seguro, la sartén es vieja… ¡Luisa!
(Pausa. Conato de llanto interrumpido por el enfado)
¡Estúpida! sabes que tienes que poner aceite en esa sartén, lo llevas poniendo desde siempre, toda la vida poniendo el aceite, Luisa, toda la vida cocinando para… (rápido, cortante) No, olvídalo, Luisa, olvida el pasado; sólo hoy, sólo mañana, no como Juana; acuérdate de Juana, sólo a dos puertas… la buena Juana, la vieja Juana… (aterrada) la loca Juana... (paralizada) Loca.

Se levanta, agitada, y descuelga el teléfono mirando los números apuntados en una nota al reverso

Isabel, Isabel… (cuelga de golpe) ¡No! Hoy es martes. ¡Martes, Luisa! No estará, lo sabes, Luisa, lo sabes. Acuérdate, acuérdate, acuérdate…

Su mirada se enturbia y empieza a temblar descontroladamente. Estalla en llanto y agarra con fuerza el teléfono, se lo coloca junto al oído y grita sin marcar ningún número. Nadie al otro lado.

¡Mario! ¡Mario! ¡Mario! Háblame, amor, háblame. Te hecho de menos, te hecho tanto de menos… tanto… Ya no puedo esperar, no puedo… no puedo…

Desgarrada en llanto, se deja caer al suelo donde se serena poco a poco.

Eso ha sido una tontería, Luisa, una tontería. Estúpida, estúpida, estúpida… Como castigo hoy no comeré, además ya es tarde. Muy tarde.

Sale, caminando con pesadez, mientras se hace el oscuro.